La mayoría de la gente pensaba que era una muchacha extraña. Cuando el fenómeno comenzó, esa mayoría se convirtió en la totalidad del pueblo. La noticia se extendió como un reguero de pólvora, de boca en boca. ¿Cómo era posible? ¿Qué tenía aquella chica de piel pálida para que todos los felinos de la villa la siguiesen sin descanso fuese donde fuese?
Multitud de teorías circulaban tratando de explicar aquello. En bares, plazas, supermercados e incluso durante la misa de los domingos, se lanzaban al aire todo tipo de suposiciones, desde las más cabales a las más disparatadas, aunque generalmente ninguna terminaba de cuajar entre el sentir popular como válida y cierta. Pronto empezaron a formarse bandos y viejas rencillas volvieron a salir a la luz, desenterrando antiguas enemistades familiares que apenas necesitaban de un ínfimo conato de incendio verbal para enfrentar a muerte a personas que compartían el día al día del pueblo como buenos vecinos. Y con un debate de tamañas proporciones, era inevitable que el odio se desatase entre ciertos grupos. Diversas facciones se reunían en distintos lugares para intentar esclarecer los hechos e imponer su hipótesis a los demás. La mayor de estas era la que se congregaba junto al kiosko del churrero, si bien, gran parte de los que allí se encontraban lo hacía por el descuento del veinte por ciento en los cucuruchos de churros a los seguidores de la facción, más que por estar alineados con la teoría del sudoroso empresario.
Algunos pensaban que la chica tenía un aura mística y que los gatos la reconocían como la encarnación de la diosa egipcia Bastet. Otros postulaban que la chica emitía unas ondas de sonido en una frecuencia que sólo los gatos eran capaces de escuchar. Más disparatada era la teoría de que se comunicaba telepáticamente con los mininos y que estos le respondían con una complicada combinación de maullidos y ronroneos. Había quienes decían que la explicación más simple era la correcta, y se atrevían a expresar que sin duda aquella muchacha llevaba el bolso lleno de sardinas y que por eso la seguía tan extraño séquito. Una de las hipótesis más apoyadas era que la chica llevaba siempre los pies muy limpios, y que por todos era conocido que los gatos adoran la limpieza, por lo que iban tras ella atraídos por el aroma del gel de ducha.
Al final, como era de esperar, el misterio traspasó fronteras y pronto se reunió en el pueblo una ingente multitud de científicos, parapsicólogos y agentes del FBI para intentar resolver el enigma, además de gran cantidad de buscadores de tesoros, políticos, aventureros, especuladores y curiosos en general, todos estos buscando la forma de aprovechar el fenómeno en su propio beneficio. Sin embargo, la superstición y el halo de deidad formado alrededor de la muchacha, hacían que ni el más valiente de los cientos que hasta allí habían viajado se atreviese a acercarse a hablar con ella.
Y entonces, ocurrió. Llegó la lluvia y la muchacha cambió sus sandalias por unas abrigadas botas, y los gatos desaparecieron del mapa. Aquellos que sostenían la teoría del olor a limpio se sentían exultantes, pues eso probaba, según ellos, sin dejar lugar a dudas, que la suya era la explicación válida y cierta. Y así como los gatos desaparecieron de la noche a la mañana, toda la pléyade de extraños se evaporó. Excepto un joven, más o menos de la misma edad de la muchacha, que seguía allí, viéndola pasar todos los días. Tras un mes de lluvias y de frío, fue la muchacha la que empezó a sentir curiosidad por aquel chico. Esta vez era ella la extrañada de que aún alguien siguiese allí a pesar de la completa ausencia de felinos. Así que, entre enfadada y curiosa, decidió acercarse a él y sin preámbulos le dio la respuesta que tantos habían estado buscando.
— La razón de que todos los gatos me sigan durante el verano es que mis pies huelen a atún, no sé por qué, y no me interesa conocerlo, pero es así. Ya lo sabes, ya puedes volver a donde quiera que pertenezcas.
— Me parece muy bien, pero ¿a qué gatos te refieres?
— ¿Cómo que a qué gatos me refiero? ¿No estás aquí como todos esos que sólo quieren saber a qué se debe la afinidad de los gatos conmigo?
— No sé de qué hablas, la verdad—siguió en sus trece el muchacho.
— No hace falta que disimules, ya tienes lo que quieres.
— No entiendo lo que me quieres decir, pero creo que tú tampoco a mí. Sí que he visto cierto revuelo en el pueblo en las últimas semanas, pero ni siquiera me he parado a intentar comprender por qué.
La curiosidad de la muchacha desplazó totalmente al enfado.
— ¿Qué haces aquí, si no es ese el motivo?—le preguntó.
— Sólo soy un chico que, cansado de no encontrar su sitio, cogió una mochila y se fue a buscar su lugar en el mundo, y llegué aquí dos semanas antes que la muchedumbre, y lo primero que vi al bajar del autobús fue a una chica de piel clara y cabello oscuro que, por alguna extraña razón, me atrajo inexorablemente, y entendí que por fin había encontrado lo que siempre he querido. Desde entonces me siento aquí cada mañana a verla pasar y cuando la atisbo en la distancia sólo puedo verla a ella acercándose primero y alejándose después, mientras que el resto del mundo desaparece, es como si un manto cubriese todas las cosas a su alrededor para que nada sea capaz de distraerme de tan bonita visión.
Entonces ella lo miró a los ojos, y comprendió lo que él le había explicado, se acercó lentamente a él, besó suavemente sus labios, y el mundo alrededor, desapareció, como cubierto por un velo.

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