Siempre te querré.

Jamás pensé que aquellas tres palabras habrían de ser la maldición que me acompañaría el resto de mi vida.

Cuando uno pronuncia esas palabras quiere creer que serán verdad. Lo hace bajo el influjo de eso que llamamos amor, del anhelo por compartir con otro ser, distinto a nosotros, toda una vida plena de felicidad. Por lo general, esta frase, escupida por boca de millones de amantes durante toda la historia de la humanidad, siempre ha sido agua de borrajas.

Cuando yo las pronuncié, quise, como muchos otros antes, creer que eran verdad.

Siempre te querré.

Ahora, desearía que esas tres palabras hace tanto tiempo pronunciadas, se hubiesen ido lejos justo en el mismo momento en que salieron, arrastradas por el viento a lo largo del caótico mundo exterior, hasta el centro mismo del desierto del Gobi, hasta la cima del Aconcagua o hasta lo más profundo de la fosa de las Marianas, donde me hubiese olvidado de su existencia y de que, una vez, las pronuncié.

Por desgracia, allí estaban. Nunca se han alejado de mí ni un momento, ni en los momentos grandiosos de amor compartido, ni en los crueles momentos de desdicha e impotencia.

Aún hoy, no sé cómo pasó. Cómo caí en la trampa de ese sentimiento que llaman amor, pero que para mí era algo más grande. Cuando estaba a su lado me sentía en total sincronía con ella y con la naturaleza. Las hojas eran más verdes, el calor del sol en invierno más reconfortante y el azul del mar era de una tonalidad tan increíble que era imposible no creer que hubiese algo más grande que el ser humano.

Mi maldición empezó el día en que descubrí los colores. El negro de su pelo y el verde de sus ojos. Hasta entonces no me había dado cuenta de que el mundo tenía color. Después de verla por primera vez, supe que había estado viviendo en infinitos tonos de gris.

Después, tras cada segundo pasado con ella, fueron sucediendo cosas que me ataban cada vez más a aquel otro ser, hasta llegar al punto, donde la quería tanto, de sentir auténtica adoración por ella, en el sentido literal de la palabra.

Siempre te querré.

Sentí que el momento lo requería, que algo me impulsaba a pronunciar aquella maldición. Abrazados bajo las sábanas, con la cabeza en su pecho extasiándome de su olor, tras haber recorrido ese cuerpo que tan bien conocía ya, tras haber besado cada peca y cada lunar de esa piel clara, surgió de lo más profundo de mi ser.

Siempre te querré.

El día que se fue de mi lado, se lo volví a decir. Buscaba una última gesta romántica que la retuviese a mi lado. No quiero vivir sin ti. No sé si voy a poder. Podrás, me dijo ella. Noté que me partían por la mitad. Mi corazón amenazó con pararse. Cobarde. Deberías haber cumplido tu amenaza. No te vayas.

Jamás he llorado tanto en mi vida. Lloré de forma desconsolada, durante días, durante semanas. Muerto en vida, con un corazón cobarde, con mi alma arrancada de cuajo, pues se la regalé en algún momento. Lloré hasta la extenuación, hasta correr el riesgo de morir deshidratado. Yo no podía más. Durante el día era imposible apartarla de mi mente, su recuerdo me perseguía y se mantenía a mi lado, como un fantasma. Mi cerebro hacía que pareciese real, incluso me traía su olor. Tan real que a veces intentaba tocarla, sintiéndome frustrado al no conseguirlo nunca. Sádico. Malditos seáis, tú y ese idiota músculo cobarde de mi pecho.

Lucha, dijo algo o alguien dentro de mí. Pero no me enseñó cómo hacerlo. Nada parecía ser suficiente. Hasta que un día, ella tuvo un momento de debilidad. ¿He hecho mal dejándote con lo mucho que me quieres? Y, estúpido yo, no me aproveché. No quise hacerlo. Por un instante dudé. Pero sabía que aprovechar ese momento de duda, hubiese sido traicionarla. No lo sé. Quizá está bien lo que has hecho, quizá no. Busca en tu interior y haz lo que te diga tu corazón.

Y le dijo que había hecho bien. Que los momentos de tristeza, de necesitar compartir su vida conmigo, pasarían. Se los llevaría el viento. Al centro del desierto del Sahara, a la cima del monte Fuji, al fondo de un volcán islandés, donde los olvidaría para siempre.

No te vayas de mi lado, dijo. Aún te necesito. Yo te necesito más a ti, callé. Pero me quedé a su lado, alimentando la cruel esperanza de poder conseguir que volviera a quererme. No lo conseguí, nunca. Con el paso de los años, las separaciones forzosas y el mantener un mínimo contacto, pensaba que todo pasaría.

Siempre te querré.

Volvía una y otra vez mi maldición. Cada vez que nos veíamos, cada vez que nos llamábamos, sonaban en mi cabeza esas palabras, melodía de apertura de una serie de televisión en la que en cada capítulo yo acababa llorando tras verla alejarse.

Jamás volví a querer a nadie así. Jamás volví a sentirme completo, a hacerle el amor a otra mujer con tanta pasión y con tanto anhelo.

Siempre te querré.

No pude evitar volver a decírselo. Lloré como jamás he llorado por nadie. Lloré hasta la extenuación, hasta correr el riesgo de morir deshidratado. Mi corazón amenazó con pararse. Seguía acobardado. Mi cerebro rescataba imágenes de todos aquellos gloriosos momentos pasados con ella. Me negaba a creer que ya no estaba. Que se había marchado para siempre. Maldito seas, tú, ese de arriba. ¿Por qué te la llevaste?

Cuando descubrieron que se moría, ya era tarde. Cuando yo lo descubrí, ella ya se había apagado. Cruel final para una persona tan hermosa. Sentado delante de su sepulcro, el gris volvió. Se fue el negro de su pelo, y se fue el verde de sus ojos. Las hojas ya no eran del mismo color, el sol no reconfortaba ese invierno, el horrible azul del mar hacía pensar que había algo más grande que el ser humano. Deseé correr hacia el centro mismo del desierto del Gobi, escalar hasta la cima del Aconcagua. Salté al mar y comencé a nadar con los ojos cerrados hacia el lejano horizonte, en busca de la fosa de las Marianas, para olvidarme de su existencia.

Siempre te querré.

Volví a decirlo por última vez con su imagen grabada a fuego en el interior de mi cabeza, tan real que hasta podía oler su cuerpo. Sádico. No te rindas, dijo algo o alguien dentro de mí.

Y luché. Nadé con más ansia, con anhelo de volver a verla. Espérame, le dije, voy a tu lado.

Siempre te querré.

 

(finalista en concursos de relatos)

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